11.11.2005

CASILLA DE SALIDA

Vivir con alguien te permite compartir ciertas cosas con esa persona que de otra forma no compartirías. Momentos de relax, momentos de tristeza, siestas, mantas, fríos y preocupaciones. Instantes de conversaciones en los que derivan los temas, y derivan y vuelven a derivar, y se transforman en horas de risas, de pensamiento profundo e ilimitado, de llantos o de compartir el silencio. Porque no hay hora para volver a casa, porque ya estás en casa. Y eso crea una complicidad y una compañía que cuando esa persona se marcha, hace que valores de otra manera.
Aunque no con todo el mundo es igual, y aunque no todas las despedidas son verdaderas despedidas, siempre da pena que con determinadas personas eso se quiebre, y saber que a partir de ahora ya no podrás perseguirla por el pasillo para contarle lo que te preocupa, ni tocar en su puerta y sentarte en su cama para preguntarle cómo le van las cosas.

A pesar de todo eso, cuando esa separación se produce por una buena causa, por un paso adelante de la otra persona en su vida, no puedes evitar alegrarte, aunque siga dándote pena.
Especialmente cuando estás segura de que esta nueva situación no te dejará atrás, sino que te empujará hacia adelante a tí también.
Y es que no todas las despedidas son tristes.

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