EL CONCIERTO MALDITO. Primera parte
Todo empezó con la típica chorrada de "este verano vamos a ir al concierto de The Cure en Santiago, ¿porqué no te vienes?". Debí de poner cara de aburrimiento, "psé, yo que se, si casi no les conozco, ¿cuanto cuesta la entrada? ¿quien va?". Iba mi amiga Ruth, su novio, amigos de su novio y el concierto no era caro. Además, era el mismo día que yo empezaba mis vacaciones. En breve la cosa ya me iba oliendo mejor, además de que me iría a Galicia en coche en lugar de en bus, y pensaba que no estaría mal empezar mis vacaciones con una juerga, ya que este año me había gastado todo lo que está inlcuido en el apartado "Viajes" en irme a París en Semana Santa, por lo que el verano lo pasaría en casa de mi madre, yendo a la playa y visitando amigos, que no estaba mal, pero con concierto de por medio estaría mejor.
Así que llegó el gran día, me levanté a las seis y media de la mañana, trabajé como una loca para dejarlo todo listo antes de irme, y a las dos salió mi jefe a decirme adiós con la manita. Nos metimos en el coche, un Clio más viejo incluso que el mío, con nuestras bolsas de bollitos con queso y fruta para el viaje, y emprendimos camino.
Salir de Madrid no fue dificil, misteriosamente la circulación era fluida. Al llegar a Castilla empezaron las tormentas, y rayos y centellas iluminaban ese cielo castellano tan grande y luminoso. Paramos a comer nuestros bollos en un merendero al pie de la autopista. Supongo que eramos una estampa un poquito penosa, tres seres humanos comiendo en una de esas mesas de piedra donde los pies no te llegan al suelo.
Seguimos viaje y empezó a llover de manera salvaje, a sesenta y sin ver nada. Y el reloj corriendo. "A Muse no llegamos, pero a Lou Reed tenemos que verlo". "Si, si, coño, que llegamos", nos contestaba el novio de Ruth ligeramente agobiado. Por fin escampó, como suele pasar después de todas las tormentas.
Cuando ya llevábamos unas horitas de viaje, y cuando las acompañantes estábamos poniendonos un poquito pesadas con lo de parar a tomar un café, un coche nos adelantó, y sus ocupantes me hicieron señas con la mano mientras gritaban "¡La rueda!". El conductor frenó un poco y se echó a la derecha "¿que le pasa a la rueda? ¿Alguien oye algo?" Y al final si que oímos, si, el boom que hizo la rueda cuando estalló. El milagro era que nos estábamos metiendo en un carril de servicio. Nunca hemos podido darles las gracias a los del coche que nos salvaron la vida. Desde aqui, gracias.
Tardó un poquito en pasarnos el susto, y después de él llegó la risa nerviosa. Ruth y yo nos descojonábamos en la cuneta mientras el novio de Ruth se ponía como se ponen todos los hombres cuando tienen algún problema en el coche. Histérico. Entre los tres, cuando empezamos a tomar conciencia de la situación, sacamos la rueda de repuesto, y la colocamos. Peeeeero la rueda de repuesto estaba pinchada. Murphy, como buen capitán, nunca ataca solo. Y ahí estabamos los tres, en medio de la nada, que teníamos que encontrar un taller y que nos colocasen una rueda un viernes a las 5 de la tarde.
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