10.25.2004

EL CONCIERTO MÁGICO. Tercera parte

Santiago 10. Caen unos hurras cuando vemos esa señal. Y son también sobre las diez y pico de la noche. El viaje más largo de la historia. Bueno, a lo mejor no tanto. El viaje más largo de mi vida. Tampoco, pero en definitiva, un viaje muy largo.

"¿Por donde se va al Monte del Gozo?" "Y yo que sé, yo sólo conozco Santiago como peatona, que es muy pequeño". Pero la suerte se ha puesto de nuestro lado y aparece una señal que pone Monte-del-Gozo. Caen otros hurras. Enfilamos una carretera que parece el Párking del Corte Ingés, pero ya todo va rodado. Encontramos un campo lleno de coches donde hay sitio para el nuestro. Entramos en el bar de al lado y nos compramos unos bocadillos porque estamos a punto de desfallecer. Empiezo a oir hablar en gallego. Nos dan unas indicaciones para llegar por el medio del mismísmo monte al recinto del concierto.

Atravesamos el bosque y ya se empieza a oir la música. Adrenalina. Caminamos, seguimos a unos que parece que saben a dónde van, pero al final resulta que no sabían y damos una vuelta tremenda con un puerto de primera categoría incluido. Nos obligan a tirar la comida y la bebida para entrar, pero ya no nos importa. Ponemos los pies en el concierto. Es un milagro pero estamos aquí, y Lou Reed está cantando. Jamás en toda mi vida había visto tanta gente junta. Había tanta que hasta me mareé y todo. Y floté por el concierto hasta el lado opuesto a la entrada, donde nos esperában los demás. Me gustó mucho Lou Reed, aunque no tuvo buenas críticas al día siguiente. No nos lo creíamos pero encontramos a los amigos del novio de Ruth en medio de unas treinta y pico mil almas. Y después llegó The Cure, y aunque me temblaban tanto las piernas que no podía bailar y saltar, me envolvió su música y me llevó muy lejos. Estaba tan concentrada que no escuchaba a la gente a mi alrededor. Creo que su concierto fue uno de los mejores de mi vida. Siempre descubro las cosas tarde, pero lo importante es que las descubro.

Todavía quedaba bajar en un autobús lleno de borrachos hasta el centro de Santiago, y luego caminar veinte minutos hasta el hostal para descubrir que me tocaba una cama supletoria de esas que les ponen a los niños en los hoteles. Me daba igual, me dormí como un angelito sobre las seis de la mañana.

Recordando este viaje y escribiéndolo me he vuelto a reir mucho con nuestra aventura. Estoy deseando repetir.

Por cierto, Ruth, ¡Feliz Cumpleaños!

ecoestadistica.com