11.05.2004

MUJERES PUÑAL

Siempre me he sentido en la obligación de justificarme, en cualquier parte y ante cualquiera. Soy experta en engañarme, en hacer determinadas cosas para mi propio placer, para experimentar, o porque sí, pero buscarles un sentido práctico, para poder alegarlo a quien me pregunte y ante mi misma cuando surgen las dudas. La gente que mejor me conoce dice que es por exceso de responsabilidad. Yo en cambio pienso que es un colchón que amortigua la caída.

Cuando dejé el trabajo y a mi familia y me fui a Irlanda a probar suerte, busqué razones que explicasen que era lo mejor para mi. Era lo mejor para mi, pero simplemente por una necesidad inexplicable, que me salía de dentro, que me lo pedía a gritos. Y encontré mil motivos que convencieron a todo el mundo, aunque algunos me mirasen como si hubiese perdido la cabeza.

Cuando volví de Irlanda a los quince días de haber llegado, me volví loca para encontrar una razón que justificase mi vuelta ante todos, y también ante mi. También esta vez encontré muchas, y me vine a Madrid sin pasar por casa, y casi nadie me pidió explicaciones. Pero estuve huyendo una temporada, porque aunque todo el mundo entendía mis razones, tan lógicas, yo en mi interior sabía que me había vuelto por amor, por un amor relámpago, y ese motivo me avergonzaba profundamente. Porque yo soy muy práctica. Porque esas cosas no se hacen. Porque mira tú lo que pasó después.

En lo que se refiere a determinados temas, soy incapaz de saber lo que me conviene e incapaz de actuar con la cabeza, aunque consiga disimularlo a veces.

Ahora vendría la parte en la que explicaría porqué cuento todo esto, pero paso. Lo cuento porque me da la gana. Y punto. Y olé.

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