3.23.2005

ROSA (2ª PARTE)

Poco a poco, la relación entre nosotras se fue transformando. Aunque siempre se empeñó en adoptarme, en ejercer su papel de consejera y de guía, yo también le estaba aportando cosas (aunque de eso soy consciente ahora) y el respeto se fue haciendo mutuo. Es cierto que hubo una parte de mi vida estudiantil que no compartí con ella, las noches bailando hasta el amanecer, el descontrol de mi vida universitaria, mis novietes y ese tipo de aventuras, porque siempre pensé que ella, que vivía en un mundo tan particular, estaría muy lejos de entenderlo. Mi situación familiar se deslizaba claramente hacia el drama, y ella iba siguiendo la historia a través de mi, de mis llantos y de mis risas. Supongo que fue consciente de que me refugié en esa ciudad para huir de mi casa, seguro que lo supo antes que yo, que tardé mucho más tiempo en entenderlo.

Y al final entre nosotras las palabras ya eran de igual a igual, porque yo ya me atrevía a darle mi opinión, a negarme a lo que no quería, y sobre todo porque ya era consciente de su cariño incondicional. Porque ella me vió crecer. Desde que llegué a su apartamento con mi cara de estudiante de primer año y mis tartamudeos ante sus razonamientos, hasta que la visité en mi último año de carrera en su nueva casa, esta vez de pueblo de verdad, y me senté en sus sillones de mimbre, preciosos pero incomodísimos, para tener uno de esos desayunos que te hacen recordar que el mundo es hermoso.

Claro que ese madurar también me hizo aprender muchas cosas de ella, que todos tenemos nuestras derrotas, que no somos como somos por casualidad, y que a veces tus decisiones te atan a una determinada forma de vivir que no siempre es la que esperabas ni la que quieres.

Por eso creo que ella también descubrió otra manera de comportarse con los demás, otra inocencia y otra entrega que yo vivía en aquellos momentos con la gente con la que me relacionaba. Y entendió como nadie mi necesidad de silencio, de preguntar, de entender, de sentir. Y a pesar de que estaba muy lejos de su manera de vivir, de su experiencia y de su historia, lo respetó.

Y, aunque mi madre actuó como su contrapunto, porque una es la teoría y la otra es la práctica, entre las dos me enseñaron en esa época cosas tan importantes que ni siquiera soy capaz de resumirlas. Y en realidad era de esa deuda de lo que quería hablar.

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